Sostenme en tus brazos.

(PARA SU CONSIDERACIÓN. TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS)

When I Was Done Dying

«Cuando terminé de morir, mi conciencia recuperé. Entonces comencé mi lucha, una nada tensa. Un destello hecho de tiempo, mi nueva forma estalló. Y me asusté tanto que estallé en un grito. A lo que mis piernas corrieron frenéticas como pájaros de un nido. Y corrí hasta agotarme, sin dejar más remedio que descansar. Así que me quedé dormido suavemente al borde de una cueva. Pero debería haber ido más profundo pero no soy tan valiente… »

(Dean Dacon, When I was done dying, 2015


Aquella noche era fin de semana, el último de noviembre, viernes para ser más exactos. Afuera el aire era seco, frío, y con un suave aroma a dulces. Adentro lo más que se distinguía por el olfato era el característico olor estéril de los hospitales, porque justamente, ese era el lugar donde estaba él cuando lo conoció.

SeongJoon era un médico cirujano, un residente de cuarto año que gracias a su excelente puntaje en los exámenes y aunado a la familia de la que provenía, había encontrado un buen lugar en uno de los mejores hospitales de la capital. Por supuesto su padre había sido el Director General de aquella institución ya bastante tiempo atrás.

Pero a pesar de ello, eso no le daba ninguna otra ventaja a SeongJoon por sobre sus compañeros, ni siquiera siendo capaz de librarse de los infernales turnos de prácticamente treinta y dos horas que debía cubrir, y de las cuales él apenas llevaba algo más que la mitad cuando la ambulancia arribó a eso de la media noche a urgencias.

Tres paramédicos arrastraron la camilla, moviéndose con velocidad a través del pasillo, llevando recostado en ella a un joven medio inconsciente convulsionando bajo una manta térmica mientras varias manos se ocupaban de mantenerlo en su lugar. Dos enfermeras y otra doctora tambien residente de cuarto año, se acercaron corriendo a su auxilio.

—Sujeto masculino de aproximadamente veinte años —hablaba uno de los paramédicos— , fue encontrado inconsciente en la vía pública, presenta una contusión y cianosis con pupilas dilatadas, pulso débil. Se sospecha de sobredosis por cocaína. Lesiones en abdomen, hombro y brazo izquierdos, hematomas recientes por golpes en rostro y abdomen. Identidad desconocida.

Los paramédicos detuvieron la camilla al llegar al área médica e hicieron el cambio del paciente con ayuda de la sábana a otra de las camillas para su atención.

Cuando finalmente el joven dejó de sacudirse fue cuando una de las enfermeras dio la primera alerta. Había dejado de respirar. SeongJoon se movió rápido y apartó a las enfermeras, inclinándose a los labios del muchacho, los cuales apenas pudo notar estaban agrietados y medio rotos mientras corroboraba su aliento.

Realmente ya no respiraba. Le sacó al muchacho la manta térmica y con ayuda de su compañera rompió la ropa vieja y desgastada que vestía y que por si no fuera suficiente, era demasiado delgada y ligera para abrigar correctamente a alguien por esas fechas. Pobre diablo. Pensó SeongJoon apartando la ropa y empezando con el proceso de reanimación, mientras una de las enfermeras aguardaba con el resucitador manual sobre el rostro de ese joven.

Treinta repeticiones y dos exhalaciones. No hubo respuesta. Dos series completas más sin que el organismo del joven reaccionara. La doctora los apartó empezando a preparar las paletas del desfibrilador. Virtió un chorro de gel que luego frotó entre ellas, verificando la descarga programada en la pantalla. —Bien, despejen —alertó ella.

SeongJoon y las otras dos mujeres dieron un paso atrás dejando sus manos lejos de ese pobre chico, guardando silencio, mirando el electrocardiógrafo. Una línea continua sin picos ni variaciones. Su compañera dio una segunda descarga y esperaron. Nada —Sube a dos, doscientos —ordenó a una de las enfermeras. Una tercera descarga.

La misma línea recta. No fue hasta después de la cuarta descarga que SeongJoon lo escuchó jalar aire de nuevo. El electro subía y bajaba al igual que su pecho. Se sintió, inesperadamente, aliviado. Extraño. Las enfermeras se pusieron en marcha de nuevo mientras los paramédicos iban de vuelta a la entrada de las ambulancias, uno de ellos comenzando a llenar el reporte.

Tardaron un poco en estabilizar al muchacho pero al cabo de una hora ya estaban poniendo una segunda bolsa de suero, luego de cambiarle sus vestimenta por las ropas del hospital, entonces pudieron darse cuenta.

Las claras e indiscutibles marcas del abuso. Golpes y arañazos sobre su piel blanca. Sangre manchando la ropa interior. Por Cristo, cuántos malditos enfermos había allá afuera.

El joven desconocido fue designado como el paciente de SeongJoon y este lo aceptó sin demasiadas objeciones, ahora mirando atentamente el deplorable estado del muchacho mientras esperaba a la policía. Su cabello negro estaba largo y sucio. Había rasguños y moretones en su rostro y cuello. Con las uñas rotas y los dedos lacerados. Raspones frescos por aquí y cicatrices viejas por allá. Los huesos perfectamente marcados bajo su piel blanca.

Delgado y pequeño, aunque no tan pequeño en realidad. Un cuerpo maltratado y enfermo. A eso se podía resumir aquel joven. —Parece un niño —Escuchó decir a su compañera, HeeJin se llamaba ella—. Dudo que tenga siquiera veinte. SeongJoon suspiró mientras se apretaba los labios, sintiendo un poco de asco, un poco de lástima, también algo de preocupación aunque sin saber realmente por qué pues no conocía, ni de lejos, a ese tipo. No había motivos para preocuparse así que lo ignoró. —Lo sabremos cuando lo busquen entre las personas desaparecidas —respondió—.

Aunque sinceramente dudo que alguien lo esté buscando. —¿Por qué lo dices? —Míralo —dijo—. ¿Quién querría a alguien así? —Estás siendo un desgraciado, Dr. Lee. —Estoy siendo realista, Dra. Han. Es sólo una basura más de las calles. Ya verás que hemos perdido nuestro tiempo salvandole la vida, cuando la policía lo deje libre seguirá siendo el mismo drogadicto de hace unas horas. Miró a HeeJin y aunque esta le devolvió el gesto con repudio él sabía que ella, muy en el fondo, le estaba dando la razón. Porque por supuesto, en esas cosas SeongJoon no se equivocaba. Nunca.

La policía tardó más de lo debido en efectuar acto de presencia y cuando lo hicieron dijeron que no podrían hacer mucho hasta que el joven despertara. Lo más que ofrecieron fue levantar un reporte de los hechos junto con iniciar una búsqueda en la base de datos de familiares que pudiesen haber reportado a un chico con sus características físicas. —Pero no prometemos mucho —reiteró la mujer policía—.

En casos como estos son personas sin familiares y sin amigos, terminaremos poniéndolo en algún refugio del cual después se irá para volver a las calles. Este tipo de personas nunca cambian, son un «caso» perdido. Y SeongJoon que ya lo había dicho antes no evitó mirar con cierta presunción a HeeJin, dejando escapar en ese gesto un simple reproche, diciendo «te lo dije» en completo silencio. Ella se limitó a rodar los ojos antes de irse al igual que los oficiales.

Fue ya bien pasada la mañana, casi a la hora del almuerzo, y cerca de acabar su guardia, que SeongJoon fue a revisar al joven por quinta vez, encontrándolo por fin despierto. Por su mirada perdida fue fácil descubrir que recién había recobrado la consciencia y que claramente no sabía dónde estaba. SeongJoon caminó directo a él. —Hasta que despierta —dijo con su habitual sonrisa, la que obligatoriamente se había acostumbrado a ofrecerle a todos sus pacientes—. ¿Cómo se siente? —¿Es el hospital? —Obtuvo otra pregunta como respuesta. SeongJoon se contuvo de poner los ojos en blanco, acercándose al monitor junto a la cama, anotando los datos importantes.

Temperatura, pulso, frecuencia. —Sí, es el hospital —contestó aún escribiendo distraídamente sobre la tabla de informes, luego lo miró—. Llegó anoche con una sobredosis de cocaína según los análisis que le hicimos. Por poco muere ¿Sabe? —Uhm, casi… qué mala suerte entonces. El muchacho lo miró a los ojos. SeongJoon se detuvo un segundo.

Ya los había visto durante la exploración física inicial pero contemplarlos así, abiertos de par en par con completa lucidez, fue un suceso totalmente distinto a ese primer acercamiento. Ojos de gato, dijo en su mente con un poco de autodesconcierto. Decidió no perder la compostura por algo tan insignificante. —¿Cuál es su nombre? —preguntó por primera vez. Pronto SeongJoon se encontró sin una verdadera respuesta, en cambio obtuvo otra nueva pregunta.

—¿Cuándo podré irme? Exasperante. —No puede irse aún, hay algunas preguntas que debemos hacerle —Le avisó mientras tiraba del banquito con ruedas al lado de la cama y se sentaba en él. —¿Qué clase de preguntas? ¿Acaso las drogas habían calcinado tanto el cerebro de ese imbécil que no sabía responder cuestiones más que con otras cuestiones? SeongJoon respiró profundo, decidido a mantenerse impávido.

No era el primer ni último paciente difícil y él ya sabía cómo lidiar con unos y con otros. —¿Recuerda algo de lo que le pasó anoche? —Estaba drogado, no recuerdo otra cosa más que el par de líneas que me metí. Vaya, cuanta sinceridad, entonces si sabía cómo seguir coherentemente con una conversación, si es que eso se podía considerar como una. Pero si el tipo era todo un personaje. —Muestra signos de abuso físico —informó sin mucho tacto, prácticamente ignorando por una segunda vez los protocolos establecidos, aunque claro, eso no quitó que estuviese bastante atento a su reacción, tal vez un poco listo para remediar la situación si es que resultaba necesario—. ¿Recuerda algo relacionado a eso? El muchacho hizo una mueca. Sus finas facciones se torcieron en esa estúpida sonrisa. —No me violaron, si es que eso insinúa.

Fue solo sexo. Se supone que así fuera. —Sufrió de un desgarro anal, no creo que eso estuviera en los planes de su pareja. —Sí, bueno —río el chico con algo de burla mientras jugaba con la pulsera médica en su muñeca—. Eso es lo que pasa cuando atiendes a cuatro o cinco tipos la misma noche, no siempre me alcanza para cargar con un estúpido tubo de lubricante. Oh, así que era aquel tipo de persona. Eso explicaba la evidente infección en los genitales junto al desgarro. Suerte que no tuviera herpes o sífilis, más suerte aún pareciera no estar infectado de algo peor, alguien muy arriba definitivamente había mirado con ojos misericordiosos a ese saco de porqueria. —Usted se prostituye.

—Es usted muy listo doctor —Sonrió sarcástico, luego miró a su alrededor—. A propósito de eso. ¿Y mis cosas dónde están?

—En recepción pero si le preocupa su dinero o cosas de valor debo informarle que llegó sin nada. —Malditos bastardos —gruñó con evidente disgusto. Una extraña sensación de satisfacción se apoderó de SeongJoon. Una especie de superioridad. Prosiguió. —Y con nada me refiero a que tampoco tenía una identificación consigo así que necesito que me diga su nombre y edad para buscar a sus familiares, también los números telefónicos de aquellos que pueda recordar. Hubo otra mueca en ese blanco rostro. —No necesito familiares, soy mayor de edad. —¿Hay amigos que puedan corroborar esa información? La misma mirada apartada.

SeongJoon suspiró ya cansado de su maldita actitud esquiva. —De cualquier modo requiero su nombre y edad exactos para completar su reporte médico —insistió. Nada. Los párpados de ese joven aletearón lenta y desinteresadamente. Era un drogadicto ignorándolo por completo. «No puedes perdonar esto» resonó en esa zona bien profunda de su mente. Infló el pecho y dejó caer el brazo y con él la tabla de informes sobre su rodilla. —Bien, supongo que cuando venga la policía no tendrá mayor opción que decírselo a ellos. —¿Policía? SeongJoon se alzó de hombros.

—La prostitución así como la poseción y consumo de drogas es ilegal en Corea, ¿No estaba usted enterado, señor adulto? De pronto, de la cortina del box en el que estaban, se asomó una de las enfermeras en turno, avisando que necesitaban de su asistencia en otra de las camillas al final del pasillo. SeongJoon la escuchó y luego asintió, levantándose, metiendo una mano dentro de su bolsillo y con la otra sosteniendo la tabla con hojas. Miró al muchacho que ahora sí que estaba atento. Basura.

—Solo quédese aquí, le traerán de comer en unos momentos más—luego se volvió a la enfermera—. Usted, llamé a la estación e informeles que nuestro paciente está despierto. Entonces se fue. No ocupó mucho tiempo revisando a sus otros pacientes, de verdad que no. Si algo caracterizaba a SeongJoon era su capacidad para ser rápido y conciso en sus consultas, siempre amable al responder las dudas y cuestionamientos de los enfermos del hospital y sus familiares. A lo mucho fueron quince minutos. —Mis cosas —oyó que se quejaba un hombre en la recepción, SeongJoon se acercó algo curioso—.

Le digo que las dejé justo en esa silla, al lado de la camilla de mi hija. —Señor, es que no he visto a nadie y yo… —explicaba nerviosa la muchacha, que para su mala suerte era su primera semana en el hospital— estoy buscando... Justo fue allí que otra de las enfermeras, la misma de hacía momentos atrás, se acercó a SeongJoon, luciendo acalorada. —Doctor, el paciente de la camilla siete no está. —¿Cómo que no está? —No lo encuentro —dijo ella. SeongJoon corrió al box donde se suponía había dejado al chico de esa noche. Apartó la cortina, encontrando una camilla vacía y las sábanas manchadas de sangre ahí donde el muy idiota ese debía haberse arrancado la intravenosa. Cerró los ojos e inhaló con exaspero.

De nuevo escuchó las quejas del hombre en recepción. Entonces se rió, en silencio. Después miró de vuelta a la enfermera. —¿Llamó a la estación como le pedí? —Lo hice, dijeron que no tardarían. —Perfecto porque ahora tenemos un acta por robo que levantar. La chica no tardó en pillar lo que se le decía. SeongJoon observó hacia la salida de urgencias y luego a las cámaras de seguridad. —Dígale a los guardias que busquen en el estacionamiento y los alrededores —señaló una de las cámaras mientras comenzaba a caminar—. Por como se encontraba no pudo ir lejos. Indica que tiene una herida en la mano izquierda. Recuerda, piel blanca, cabello negro, no más de uno punto setenta y cinco de altura.

La chica asintió y fue rápido a donde los guardias. En cambio SeongJoon camino hasta la recepción, listo para rescatar a la pobrecilla enfermera y darle las noticias al hombre de que sus pertenencias, tal como seguro ya sospechaba, habían sido robadas por uno de sus estúpidos pacientes. Justo como se imaginaba, los policías no llegaron hasta ya casi pasada la hora desde que su paciente se fugara por, según habían visto en las grabaciones de seguridad, los pasillos que conectaban al interior del hospital y hubiese salido por la entrada principal del edificio después de medio vestirse en uno de los sanitarios de la sala de espera con las ropas robadas.

Y mientras SeongJoon, las dos enfermeras y el hombre agraviado respondían las preguntas de los policías, un muchacho, vestido en ropas deportivas recién «adquiridas» y una bata de hospital, se escabullía por los callejones de uno de los barrios más pobres de la ciudad de Seúl. Esquivando autos y personas por igual, cargando en su bolsillo los billetes de la cartera de ese hombre, y cuya cifra apenas lograba cubrir a justas cuentas lo que hubiese perdido la noche anterior, antes de caer tirado al suelo por la sobredosis o por los golpes de alguien a quien seguramente no debió ofrecerle sus servicios antes de entrar en shock. Su mano ya había dejado de sangrar y su cuerpo punzaba con cada paso dado. Estaba intentando aguantar, intentando sobrevivir. Intentando existir.

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