Nocturnidad.

(PARA SU CONSIDERACIÓN. TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS)

Yo moriré por la causa.

 

Yo moriré por la causa,

yo estaré en la tierra que nadie toca;

Moriré por la causa,

me desgajaré súbita y llanamente

entre la luna menguante y la aurora .

 

Yo elevaré un suspiro añejo,

trastocando las esquinas,

redimiendo a la madrugada,

arrancando de su piel las esquirlas,

azuzando a las fieras en su reflejo.

 

Yo he de ir y volver

como se vuelve de los mares fúricos;

con las hojas laceradas y sangrantes,

mis flores saladas y mi tallo único,

hambrienta de la tierra y su piel fragante.

 

Yo me integraré en tu fauna;

en tus hierbas, en tus higos,

en tus garras, en tus ríos.

Me sabrás implacable y rauda

por el viento roto de testigo.

 

Yo moriré por la causa

noble, justa y necesaria,

de arrancarme de la noche

y dejarme renacer en soles

para ser del invierno, victimaria.


Tundra.

 

Arribé una noche a la tundra difusa,

con unas ropas legadas del miedo,

con mis ojos de hielo y manos confusas

que a todos los vientos, su caricia rehusa,

y a la lluvia escasa, mi beso concedo.

 

Tengo cargas para interminables noches,

mi ala reposa abrazando a la juncia,

fundida ya en mi raíz como un broche,

se alza en cierta penumbra un reproche:

¡te han cultivado musgo y renuncia!

 

No quiero seguir senderos ni piedras,

me atribuyo el claudicar de mis pasos

ajenos al suelo; mis dedos son hiedras

que a mi terso ademán de justicia arredra,

esbozando triunfantes mi silueta al ocaso.

 

Me convertí en paisaje de soles escasos

en un lienzo silente proclive al desvelo.

Sostengo palabras que asemejan retazos

de verano en la memoria de mis brazos,

anhelando, de esta tundra, elevar el vuelo.



Todos los astros contigo.

 

Conté algunas estrellas

ante mis ojos antiguos,

todas ellas se ensañaban

con mis pupilas cansadas.

 

¿Irán los astros a acogerme en su luz?

Carezco de cobijo y de cuerpo celeste

como almohada; ya no sueño,

mi Señor infinito, no tengo luna

para pernoctar en el silencio.

 

¿Y no me ha de buscar la gloria del amanecer?

No tengo nada que merecer, ni a él,

ni a la nube embarazada de agua,

ni siquiera el abrazo de la aurora.

 

¿Por qué tanto se llora?

Mi sublime espacio ataviado de fulgor,

los cometas bajo mi frente lluviosa

en este azul imperio rebosan

de mares descompuestos de dolor.

 

¿Cómo no yacer en esta cumbre iluminada?

Reposo bajo el alba que conmina

a los días, tibios y llanos,

a besar la tierra enamorada

y desdeñar mi amargo llanto.

 

Como lo celestial del rostro que me mira,

me mira vasto y me deshace cada vez

que revela más de su misterio incendiario.

 

Ha llegado la noche que me aborda insomne:

¡dame algo que rompa la vicisitud que conlleva olvidar!

Yo triste no se abatir lo que me carcome;

me agota el cielo en llamas y en hielo

las vidas que tengo por ti que esperar.

 

¡Me veo deseando huir con la estrella fugaz!,

están moribundos y secos mis párpados ya,

¿a quién y a qué nombre del firmamento persigo?,

no hay nada que clame y retorne mi paz,

mi vida, si van todos los astros contigo.


Algunos odios conversos .

 

Odio;

Aversión hacia una persona u objeto,

al cual el mal se le desea.

 

Yo no odio,

pero mis sentidos sí.

Mis sentidos son entes

con personalidad e historia propia,

y me ignoran cuando intento dominarles.

 

Mi olfato odia.

Reconoce el aroma del rencor

cargado de los martes por la tarde;

le parece nauseabundo.

Es el odio más noble,

es mi sentido más puro.

 

No cae en ambigüedades ni claroscuros,

percibe el olor perverso de la ignominia

contaminante del aire que transita

descarado en los pulmones.

 

Mi tacto odia.

Odia fervorosamente lo que siente;

cada roce lleva consigo un desglose

de impertinencias obscuras.

¿Cuántas callosidades están presentes

en mis palmas?,

las cosas se hacen odiar en esta casa.

 

Tengo unos dedos infinitos

que raspan el tiempo y el destiempo;

hacen que se odien las horas

y se claven los minutos bajo las uñas,

haciendo llover la incertidumbre sangrante.

 

Mi vista odia.

Tanto lo visible como lo invisible;

odia los reflejos y los consume

para desnudarlos en la hoguera de mi iris.

Quiere mi vista arrancar el secreto

de las calles de acero que nos han visto huir.

 

Se encuentra almas sin ojos,

miradas tortuosas sin rostro,

un pozo de horizontes ajenos,

odiados en función de su motivo

para ser arrastrados al olvido.

 

Mi oído odia.

Lo hace por varias y buenas razones.

Hay demasiado mundo

para tan poco silencio,

hay exceso de ruiseñores,

para tan poca contemplación.

 

Escuchar se hace una condena

cuando repiquetea la campana

de la ignorancia, que subyuga

a las voces que transportan el fuego del sol.

 

Mi gusto odia.

Todos los manjares del mundo

están pervertidos con el sabor de la culpa;

odian mis papilas gustativas

todo aquello que lleva

arrepentimiento a la lengua.

 

Sabe por qué odiar.

Lleva eternidades ingiriendo

la misma insípida esperanza

con diferentes vinos y distintas compañías,

¡no sabe la boca que en la mesa hay carestía!

 

Pero no todos mis sentidos

son odiadores perpetuos.

Tengo alguno que renunció a sí mismo

y volvió bajo mi yugo;

se convirtió en mi soldado,

en mi espada, en mi escudo.

 

Yo no soy de odios

porque soy consciencia

en este espacio-tiempo.

Yo, un yo de nombre,

un yo ajeno a mí,

a lo que se compone de mí.

 

Una palabra con venas y corazón

y sangre; latido, membrana,

córneas, pulmones y cartílago.

Una palabra con sentidos indomables.

 

Sentidos que odian a pesar de mí,

a pesar de mi pesar, de mi cordura.

Sentidos que se sospechan libres,

pero sin la voluntad que yace conmigo

en el costado de mi rostro dormido.

 

Y despertar no es como antes,

ese antes de la conversión.

Este mundo sigue enfermando

a quien lo toque, lo beba,

lo escuche, lo olfatee y lo observe.

 

¡Triste mundo de plagas que supura miserabilidad!

A este antiguo camino de dones y perfumes

a toda tu tragedia lo congregas,

lo llamas, lo construyes con oscuras penas.

 

¿En dónde las columnas de mi ser anegas?

Saberse y sentirse es la dicotomía de la existencia;

aquí donde sé que soy, por propiocepción,

ahí donde ya no siento que soy, me ahoga la injusta condena.

 

Odio;

Sentimiento de disgusto

o rechazo a la inhumanidad.

 

Por definición de algunos odios conversos

en mí, que la vida misma me atribuya

el castigo que así le convenga.

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